Se acabó el verano. Desgraciadamente, todo lo bueno se acaba y tarde o temprano uno tiene que volver a trabajar. Es difícil elegir un buen lugar donde pasar las vacaciones, muchas veces tienes que elegir lugares en los que jamás has estado y pagar un buen dinero por disfrutar de ellos.
Hace algunos veranos unos amigos me invitaron a una ciudad que me encantó. Lo tenía todo: belleza, carisma, un montón de cosas por hacer y visitar… también viví allí una de las experiencias más interesantes de todas mis vacaciones. Cuando parecía que la ciudad me había dado todo lo que tenía que darme, mis amigos me propusieron un juego en el que en cada rincón me aguardaba una sorpresa. Fueron unas vacaciones largas, bonitas e inolvidables, aunque muchas veces la nostalgia nos juega malas pasadas y nos hace juzgar sin objetividad. Así que cuando llegó este verano y me enteré de que estos amigos me invitaban a visitar otra ciudad, no me lo pensé dos veces y acudí raudo como un rayo. Todo en esa ciudad me recordaba a la anterior, pero esta era aún más bonita. La primera vez que llegué y me llevaron en coche disfruté las vistas como nunca: podía ver parques, avenidas, callejones, plazas… todos ellos llenos de color y gente. Me pareció increíble, estaba deseando poder disfrutar de cada rincón de la ciudad.
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